viernes, 29 de enero de 2016

Nuestro sentido homenaje a Alfonso Guerra, Felipe González, José Borrell, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo (padre), y tantos otros eximios dirigentes del PSOE con quienes compartimos ocupaciones políticas tiempo ha





Ya que hemos citado a Alfonso Guerra en el blog anterior, no queremos dejar pasar la ocasión de rendir modestamente desde aquí un sincero y aun emocionado homenaje hacia esos tantos dirigentes del PSOE con quienes compartimos ocupaciones políticas de finales de los setenta y siguientes, y con quienes se podía hablar de cualquier tema con seriedad y aprecio y respeto mutuo porque la honestidad y altura mental y de miras estaba garantizada en toda conversión con ellos.

Incluso con alguno compartíamos buenos amigos en común. Masones de alto rango, por cierto, y admirable conducta que daban auténtico lustre a su organización, y que ¡nada tienen que ver! con los execrables comportamientos de algunos advenedizos oportunistas de ahora, que son a quienes, por imperioso sentido cívico, a veces criticamos incluso con dureza que nos duele…

A aquellos buenos e insignes amigos comunes (algunos ya, por desgracia, fallecidos), también vaya desde aquí nuestra añoranza y emocionado recuerdo y homenaje.

Y es que es gran lástima que la instituciones hayan ido siendo invadidas por personas que ya no exhiben ideas ni convicciones ni respeto a valores humanos de cualquier tipo, sino sólo el ansia urgente y desmelenada de escalar puestos cuando realmente no los merecen.

Relataremos tres anécdotas que ilustrarán el porqué de nuestras nostalgias.

Una es la de aquel comentario que le hicimos a los postres de una comida pública a Alfonso Guerra: sobre que naciendo la obligación fiscal ‘a ejercicio vencido’, nos parecía incorrecto que a los asalariados se les retuviese ‘a cuenta’  por anticipado, mientras que las empresas sí que se les respetaba que pagasen los impuestos ‘al final del año’, y no antes.

Alfonso nos miró con su simpático gesto por encima de la gafa, y dijo: “Tienes razón, Fernando. Habrá que remediarlo”. Y a poco --ja,ja--, en vez de suprimir las retenciones a los sueldos (conforme era nuestro propósito),  ¡las creó también anticipadas para las empresas!...

Nada que objetar, ja,ja (salvo que era lo contrario de nuestra intención): pero ¡vale!.

La segunda anécdota se refiere a Fraga Iribarne. Eran días en que se ventilaba si Fraga suponía un ‘techo’ para la antaño Alianza Popular. Y a la salida de una conferencia le dijimos: “Estamos seguros, Don Manuel, que a usted no le mueven afanes de protagonismo porque nos consta su sincera humildad de corazón. Pero la humildad no basta con tenerla: hay que ‘ejercerla’ también de vez en cuando. Por eso creo, Don Manuel, que quizá debiera ahora demostrarla… dimitiendo”. Y… ¡dimitió de la presidencia del partido a la semana escasa! (Ni que decirse tiene que en la Junta Directiva Nacional en que planteó su dimisión, y frente al coro de aduladores que le insistían en que la retirase, nuestra voz se alzó en defensa de respetarle su decisión personal…).

Una tercera anécdota tuvo lugar, por ejemplo, un día que coincidimos con Nicolás Redondo (padre) en un acto cultural. Corría el final de 1988,  y Carlos Solchaga, a la sazón Ministro de Economía del PSOE, estaba entercado en combatir la inflación poniendo los tipos de interés por encima del 11 %, con lo que los asalariados jamás podían pedir un préstamo y a las empresas les resultaba más rentable cerrar que mantener una exigua actividad por falta de compradores. Y aumentaba el paro.

Le expusimos a Nicolás sucintamente esta situación y le advertimos que ante su gravedad social, si él nada hacía al respecto desde la UGT, nosotros concurriríamos (en enero de 1989) a la Presidencia del PP (que había de renovarse por entonces) con un programa socio-económico que resolviese el problema. ¡Y  a los 15 ó 20 días Nicolás, que era un tío estupendo, convocó una  ‘huelga general’ para el 14 de diciembre!. (Con lo cual ya nosotros nos quedamos felizmente quietecitos…)

¡Qué gran diferencia de estos grandes personajes de entonces, con la ruindad de los de ahora, capaces de entregar España a ‘invasiones’ extranjeras de variopinto tipo, con tal de auparse ellos sobre ‘la campana de Huesca’, de calaveras de muertos, que preconizaba Carlitos, el hijo del rabino Marx casado con una lavandera a la que maltrataba por despreciarle  su baja condición social…!


Prof. Dr. Fernando Enebral Casares



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